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La hermenéutica en la filosofía de la

educación

En este trabajo quisiera conectar la filosofía de la educación con la hermenéutica; más concretamente, con una

hermenéutica analógica. Esta herramienta conceptual tiene como elemento fundamental la idea de la analogía, que es

lo mismo que proporción, ya que el ana-logon es el que tiene un equilibrio proporcional. Y en ese equilibrio proporcional

consisten las virtudes, sobre todo las éticas o morales, pero también las epistémicas o intelectuales. Por eso hablaré

primero del retorno de la noción de virtud en la pedagogía actual, pues la literatura más reciente de filosofía de la

educación, sobre todo en la línea de la filosofía analítica, acusa una presencia de la noción de virtud que antes se

antojaba imposible.

Esa pedagogía en virtudes puede verse beneficiada por la hermenéutica, que, sobre todo después de Gadamer, se ha

colocado en la línea de la virtud tal como era entendida en la Grecia clásica. Implica la noción de proporción, la cual en

griego era analogía, por lo que deseo hablar de una hermenéutica analógica, precisamente, que puede ser un buen apoyo

y complemento para esa pedagogía. Comienzo, pues, primero, con la inesperada presencia de la noción de virtud entre

nosotros, en la filosofía de la educación más reciente, pero que proviene de la Antigüedad clásica.

Mauricio Beuchot,

UNAM, Cd. México.

Palabras claves: filosofía de la educación,

hermenéutica analógica.

El concepto de virtud retorna a la pedagogía

Recordemos que en la Grecia clásica se concebía

la educación como formación de virtudes.1

Éstas

eran hábitos que servían al hombre para moverse

tanto en la vida práctica como en la teórica. Por

eso había virtudes éticas, como la templanza, la

fortaleza y la justicia, y virtudes teóricas, como el

arte, la prudencia, la inteligencia, la ciencia y la

sabiduría. La más central era la prudencia, la cual

era una virtud teórica, pero concernida con la

vida práctica, y ella era como el modelo de todas

las demás.

El arte o techne daba reglas de procedimiento, para

hacer bien lo que se hace o fabrica. La prudencia o

phrónesis dirigía el actuar moral, y se distinguía

del arte en que no tenía reglas, daba una especie

de sensibilidad para actuar adecuadamente. Y

se distinguía de la inteligencia en que versaba

sobre lo particular y mudable, mientras que la

inteligencia versaba sobre lo universal y estable:

los principios. La ciencia no hacía otra cosa que

aplicar esos principios para obtener deducciones

en un campo específico, en un área científica,

como la medicina o la matemática. Y la sabiduría

era el conocimiento por los principios más altos

1 M. Beuchot, “La formación de virtudes como paradigma analógico de

educación”, en La vasija, n. 2 (1998), pp. 15 ss.

y por las inferencias más rigurosas, de modo

que conjuntaba en sí misma el intelecto y la

ciencia; de la primera tenía el captar principios,

los más elevados, y de la segunda tenía el hacer

deducciones, las más exactas.

Pues bien, la idea de virtud vuelve en la actualidad,

y no sólo en la ética, sino en la filosofía de la

ciencia y en la filosofía de la educación. Sobre todo

en la línea de la filosofía analítica, por ejemplo en

el caso de David Carr; pero también en la línea de

la hermenéutica, gracias a Hans-Georg Gadamer,

el gran hermeneuta de los últimos tiempos, quien

estudió mucho a los griegos, como gran filólogo

clásico que fue, además de filósofo y discípulo de

Heidegger.2

Es la misma hermenéutica reciente

la que ha traído una vez más la noción de virtud

a la filosofía, y no puede estar exenta de ello la

filosofía de la educación.

Por lo demás, en la Grecia clásica se colocaba la

educación superior en torno a dos disciplinas: la

retórica y la filosofía.3

Había pugnas entre ellas, o

más bien, entre rhetores y filósofos, pero lograron

algunos acuerdos, sobre todo el que se debe a

Aristóteles, según Cicerón, a saber, que la retórica se

nutre de la filosofía, la retórica es como el vehículo

y la filosofía como el contenido. O, parodiando la

célebre frase de Kant, la filosofía sin retórica es

ciega, pero la retórica sin filosofía es vacía.

2 D. Carr, Educating the Virtues. An Essay on the Philosophical Psychology of

Moral Development and Education. London – New York: Routledge, 1991; H.-

G. Gadamer, Verdad y método, Salamanca: Sígueme, 1977, p. 51.

3 H.-I. Marrou, Historia de la educación en la Antigüedad, México: FCE,

1998 (2a. ed.), pp. 272 ss.

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Así, pues, según Aristóteles, la retórica debe estar

de acuerdo con la filosofía, como instrumento que

es de esta segunda. Es el instrumento para darle

repercusión, capacidad suasoria. Pero hay algo en

el que ambas coinciden, y eso nos hace ver que allí

se encuentra el objeto principal de la educación,

a saber, la formación del juicio. En otras palabras,

es la formación del criterio, pues enjuiciar es, en

griego, krínein, del que viene criterio, y esto es lo

que posibilita una actitud crítica, culmen e ideal

de toda educación.

En cuanto a la filosofía, ella tenía por sobre todo

el cometido de brindar phrónesis y sofía, esto

es, prudencia y sabiduría. Y en ambos casos se

trataba de la formación del juicio. En la razón

práctica, el juicio prudencial o phronético; en la

razón teórica, el juicio sapiencial. E incluso había

ocasiones en que se manejaba una analogía entre

ambos juicios: el juicio prudencial era a la razón

práctica lo que el sapiencial a la teórica.

Así pues, la finalidad prioritaria era formar

en la phrónesis. La prudencia, como lo hace

ver Aristóteles, es la sabiduría de lo concreto,

particular y contingente, al modo como la

sabiduría lo es de lo abstracto, universal y

atemporal.4

Por eso la prudencia corresponde a la

ética y la sabiduría a la metafísica.

Pues bien, la phrónesis enseña cómo comportarse

en el caso concreto, en el momento preciso. Tiene

incluso que ver con el tiempo, pues depende del

kairós, del momento oportuno, de la oportunidad

u ocasión, sin la cual todo se cae. Es el saber de

los medios. Del medio proporcional en el que

consiste la virtud, por eso la prudencia era la

puerta y llave de las virtudes; sin ella no se podía

concebir a alguien como virtuoso. Pero también

era el saber de los medios con respecto a fines,

para conseguir objetivos. Eran los medios que nos

proporcionaban los fines, o que hacían la acción

proporcional o conducente a dichos objetivos. Por

eso tenía el esquema del silogismo práctico.

Tan importante era la phrónesis o prudencia, que

marcaba la adultez del individuo. De acuerdo a la

prudencia que se conseguía, era la madurez o el

crecimiento que se había alcanzado.

Ahora bien, la prudencia no se podía enseñar

con reglas ni con recetas. Si acaso con algunos

principios. El propio Aristóteles, en el cap. 5

del libro VI de la Ética a Nicómaco, se dedica a

dar ejemplos de lo que hacen los phrónimoi, los

prudentes. Como indicando que sólo se puede

aprender con algunos principios generales, y,

sobre todo, con ejemplos, paradigmas o modelos,

4 Aristóteles, Ética Nicomaquea, lib. VI, cap. 4, 1140a1.

y con mucho ejercicio. Y acaba definiéndola así:

“No queda, pues, sino que la prudencia sea un

hábito práctico verdadero, acompañado de razón,

sobre las cosas buenas y malas para el hombre”.5

Por eso requiere de la deliberación, del sopesar los

pros y los contras de la acción.

Sobre la idea de virtud, que ahora vuelve mucho

a la literatura de filosofía de la educación, David

Carr insiste en que a muchos pedagogos les

causa problema el que no hay receta ni reglas

para enseñarlas.6

Y los griegos siempre vieron las

virtudes como algo que sólo se puede aprender

atendiendo a ejemplos y haciendo mucho

ejercicio, esto es, con modelos y con práctica.

Pero ahora ha llegado a darse esto hasta en

la filosofía de la ciencia. Ya no se considera la

ciencia como un conjunto de enunciados, sino

como un conjunto de prácticas. Es el legado

de Wittgenstein, que recogen Thomas Kuhn y

sus seguidores. Wittgenstein deja el concepto

de paradigma.7

Todo se aprende siguiendo un

paradigma y buscando con él parecidos de

familia. Así, un paradigma científico es un autor

muy seguido en determinado tiempo (a través

de su manual, como los Principia de Newton),

y se trata de parecerse a él, de conseguir con él

parecidos de familia.8

Por eso un discípulo de Wittgenstein, Gilbert

Ryle, escribió un artículo genial con la idea de

que la virtud no se enseña, pero se aprende,

en el sentido de que no se pueden dar reglas ni

recetas para ello, pero sí aprenderla por medio de

paradigmas y ejercicio, es decir, con la práctica.9

Esto se da tanto en el plano de la razón teórica

como en el de la práctica. Ya vimos que en

la práctica sucede esto; pero también en la

teórica, ya que actualmente se habla de virtudes

epistémicas, como lo hace Ernesto Sosa, de la

Universidad de Brown.10 Con él he discutido la

potencialidad de estas virtudes epistémicas,

según las cuales, primordialmente hay que

enseñar al alumno actitudes como la parsimonia

en la experimentación, la agudeza en la intuición

o intelección y el rigor en la demostración, al paso

que se le enseñan los contenidos científicos.

5 Aristóteles, Et. Nic., VI, 5, 1140b6-8.

6 D. Carr, op. cit., pp. 8-9.

7 L. Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, Barcelona: Crítica – México:

UNAM, 1988, § 50 ss.

8 T. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, México: FCE, 1986

(7a. reimpr.), p. 34.

9 G. Ryle, “¿Puede enseñarse la virtud?”, en R. F. Dearden, P. H. Hisrst, R.

S. Peters (comps.), Educación y desarrollo de la razón. Formación del sentido

crítico, Madrid: Narcea, 1982, pp. 402 ss.

10 E. Sosa, Conocimiento y virtud intelectual, México: FCE, 1992, pp. 251 ss.